Para comenzar, debo admitir que me he tirado por esa cuesta en alguna ocasión, y me sentí fenomenal y fatal al mismo tiempo, porque sientes la velocidad y el viento en la cara, y te gusta, pero después te das cuenta de que vas demasiado rápido, de que no puedes frenar y notas cómo vibran las ruedas. Es entonces cuando temes por tu vida, por eso ya no me tiro por esta cuesta. Quisiera seguir viviendo.
Eso sí, desde entonces me dedico a correr por el paseo marítimo o a visitar parques donde se pueda patinar de manera segura y divertida.
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